Todas las culturas del mundo tienen una forma particular de entender la muerte y relacionarse con ella, para muestra, tenemos el Día de Muertos en México.
A diferencia de los españoles, las civilizaciones precolombinas –nombre con el que se conoce al periodo previo a la llegada de los europeos al continente Americano– creían que las almas de sus difuntos viajaban a cuatro reinos distintos dependiendo de la forma en que morían.
¿Cuáles eran estos lugares? y ¿qué pasaba con las almas que llegaban a ellos?

Los cuatro reinos de los muertos en el México prehispánico
Distinto a la creencia cristiana de que el destino de las almas depende de su comportamiento en vida, premiando a los buenos con el cielo y castigando a los malvados con el infierno; para las culturas originarias, el destino de los difuntos era meramente circunstancial.
Entonces, ¿a dónde iban las almas de los muertos?
El Mictlán:
Al reino gobernado por Mictlantecuhtli y Mictecacihuatl llegaban quienes morían de forma natural. pero el arribo no era inmediato. Llegar ahí tomaba cuatro años y tenían que cumplir con nueve pruebas que consistían, entre otras cosas, en atravesar un río en el lomo de un Xoloitzcuintle o cruzar entre dos cerros que se abrían y cerraban constantemente. Una vez superadas las pruebas, podían recibir la protección eterna de los señores de la muerte y descansar.
El Tlalocan:
Al reino de Tláloc, siempre verde y próspero, rodeado de cristalinos ríos y lleno de árboles frutales, sólo llegaban aquellos que habían sido alcanzados por un rayo o habían muerto ahogados. Era el lugar destinado a quienes morían a causa del agua o habían padecido una enfermedad relacionada con ella, tales como la lepra o la hidropesía. Para llegar a este reino no había pruebas que cumplir. Era un lugar de juegos y descanso.
El Tonatiuhichan
Al reino de Tonatiuh, el sol, llegaban los guerreros muertos en combate y los sacrificados. Su feliz tarea consistía en acompañar al sol en su recorrido por el cielo, desde el amanecer hasta el mediodía. Allí también llegaban las mujeres que habían muerto en su primer parto, quienes acompañaban al sol desde el mediodía hasta el atardecer. Los hombres y mujeres que llegaban a este lugar no se quedaban para siempre. A los cuatro años regresaban al mundo de los vivos convertidos en aves o mariposas.
El Chichihuacuauhco:
Al reino de Tonacatecuhtli, uno de los primeros dioses del panteón náhuatl, llegaban a descansar las almas de los niños que morían antes de comer maíz. Era un lugar lleno de jardines en los que los pequeños jugaban mientras eran cuidados por el dios del sustento, la fertilidad y la creación. También había un árbol que derramaba leche para que los pequeños se alimentaran. La creencia era que las almas de estos niños regresarían a poblar la tierra una vez que la humanidad hubiera desaparecido al concluir el quinto sol.
El origen del Día de Muertos en México
En el calendario azteca había por lo menos dos celebraciones dedicadas a los difuntos que se celebraban en distintas épocas del año y que duraban un mes. Los meses del calendario azteca tenían 20 días. De la que más sabemos es del huei miccailhuitl o “gran día de muertos”, que se realizaba en el mes Xócotl Huetzi o “cuando madura la fruta” y corresponde a la veintena de días del 24 de agosto al 13 de septiembre.
Luego llegaron los españoles y después de la conquista prohibieron las celebraciones ajenas a los ritos católicos. Les “explicaron” a los pueblos originarios, de no muy buena manera, que el Tlalocan y el Tonatiuhichan, los lugares de gozo, eran el Cielo; el Mictlán, el lugar de las pruebas, eran el Purgatorio, y el Chichihuacuauhco, el lugar para los niños, era el Limbo. Que al Cielo se llegaba siendo bueno, que si eran malos y se arrepentían iban al Purgatorio, y al Limbo iban los niños no bautizados.
La conquista trajo dos conceptos que no estaban presentes en la concepción de la muerte de los antiguos pobladores de México: El infierno y el sufrimiento eterno. Lo más probable era que sus antepasados se hubieran ido todos al infierno, porque no conocían la fe verdadera, es decir, la cristiana; y su peregrinar no terminaría a los cuatro años, sino que podía durar hasta el fin de los tiempos.
También les dijeron que la fecha “correcta” para recordar a los muertos era el 1 de noviembre, Día de Todos los Santos, y el 2 de noviembre, Día de los Fieles Difuntos. Pero recordemos que esta fecha es resultado de otro sincretismo.
La Iglesia cristiana celebraba Todos Santos el 13 de mayo. Cuando esta celebración se traslada a Irlanda, descubren que para ellos la celebración más importante coincide con el solsticio de otoño y con el fin de las cosechas, así que imponen la celebración de Todos Santos en estas fechas para opacar el festival pagano.
¿Lo lograron? No, la mezcla entre el Samhain y la Vispera de Todos los Santos o All Hallows Eve dio origen al Hallowen.
En el caso del territorio que ahora es México, ya consolidado el festejo como parte de los ritos de la Iglesia Católica, llegan con esta fecha y la imponen, lo mismo que los altares de tres niveles que simbolizan el infierno, la tierra y el paraíso.

Sin embargo, la idea de un día de oración por los muertos para ayudarlos a cruzar el Purgatorio, no se arraigó en el pensamiento mexicano. Aquí sobrevivió la idea de que nuestros difuntos se encuentran en un lugar distinto, la tierra de los desencarnados, y que no están prisioneros, sino que pueden volver al mundo de los vivos a visitarnos.
Sobre esta idea se fue tejiendo la celebración que hoy conocemos como Día de Muertos y convertimos el día de oración en una fiesta.
Además, a través de los siglos, la posibilidad del encuentro de los vivos y los muertos en los días en que se abren las puertas del inframundo ha dado origen a muchas leyendas ¿Te gustaría conocerlas y saber más de la cultura mexicana? ¡Dímelo en los comentarios!
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