En la cultura mexicana tenemos cierta fascinación por las historias de fantasmas y aparecidos. Igual que en muchas culturas, las ánimas o espectros son las almas de los muertos que por diversas razones permanecen en el mundo de los vivos.
En el folclor mexicano, las leyendas más fascinantes se tejen alrededor de tres tipos distintos de espíritus. ¿Quieres saber cuáles son? ¡Sigue leyendo!
Tipos de fantasmas en las leyendas mexicanas
- Almas en pena: son espíritus que no lograron encontrar el camino al más allá o se quedaron estancados por un suceso traumático. Estas almas vagan sin consuelo por los lugares que antes habitaron, repitiendo una y otra vez los mismos actos.
- Almas errantes: son espíritus que permanecen en este plano de manera voluntaria, ya sea por miedo a lo que pueden encontrar en el otro lado debido a sus pecados, o porque tienen asuntos pendientes con los vivos, tales como una venganza.
- Aparecidos: son espíritus que sí lograron cruzar al más allá, pero tienen una tarea pendiente que les impide descansar. Ellos regresan cada vez que lo desean o lo tienen permitido para encomendar a alguien la tarea que dejaron pendiente.
En las leyendas mexicanas hay ejemplos de cada uno de estos fantasmas. Enseguida te contamos las tres más populares:
La leyenda de La Llorona
Cuenta la leyenda -en una de sus versiones- que en los tiempos de la Conquista, una hermosa muchacha indígena se enamoró de un soldado español y por él abandonó a su pueblo. Tuvo con él dos hijos y pensó que el soldado se quedaría con ella para siempre. Sin embargo, siendo los niños todavía pequeños, el soldado la abandonó para casarse con una española. Le dijo que ella, si quería, podía volver con su pueblo, pero él se quedaría con sus hijos.
La joven escapó con sus pequeños, pero fue perseguida y alcanzada cuando intentaba atravesar un caudaloso río. Presa de la desesperación, para que los niños no le fueran arrebatados, los ahogo ahí mismo. La corriente del río se llevó los cuerpos y la madre intentó ahogarse para estar con ellos, pero el soldado o alguno de los otros hombres que la perseguían la mató de un disparo, impidiendo con ello que la mujer se reuniera con sus hijos.
El alma de la mujer se encontró de pronto frente al Chiconahuapan, el río del Mictlán, pero sus hijos no estaban ahí. Las almas de los pequeños habían ido al Tlalocan, el lugar al que van los ahogados. la mujer no iría a ningún lado sin ellos, pero no sabía cómo recuperarlos. “¡Ay mis hijos!”, fue su grito de lamento que se escuchó en el río del inframundo y a través de sus aguas en todos los ríos de Mesoamérica y se ha ido propagando desde el Río Bravo hasta el Río de la Plata.
El alma de la joven indígena no pudo completar su tránsito, no tuvo ritos funerarios que la ayudaran a encontrar el descanso, se convirtió en el ánima en pena que ahora conocemos como La Llorona y que vaga a la orilla de los ríos lamentándose por la pérdida de sus hijos. Contrario a lo que a veces se piensa, la llorona no se lleva a los niños, pero sí se deja ver por los hombres infieles para castigarlos con la locura por el dolor que generan sus actos.
La leyenda del Charro Negro
Dicen que hace muchos años, tal vez a finales del siglo XIX, en un poblado de la sierra entre los estados de Tlaxcala, Hidalgo, Puebla y Veracruz -aunque algunos dicen que fue en Jalisco-, vivía un apuesto joven de origen campesino que trabajaba la tierra junto con sus padres. El joven no estaba conforme con su suerte, sobre todo porque a pesar de su duro trabajo, él y sus padres no lograban tener una vida decorosa y apenas conseguían para mal comer.
Cuando los padres del joven murieron la situación empeoró y, ya sin nada que perder, decidió invocar al diablo: parado a media noche en un cruce de caminos llamó al diablo por su nombre. Lucifer apareció y aceptó darle una gran riqueza a cambio de su alma. A partir de ese momento el joven empezó a vivir como un gran señor: compró grandes extensiones de tierra, se hizo dueño de muchas cabezas de ganado y se dedicó a disfrutar los placeres de la vida.
Pasaron los años. El hombre comenzó a sentirse cansado y solo. Las fiestas ya no lo hacían sentir contento, las mujeres que lo rodeaban no lo hacían sentir amado y, en general, sabía que ninguna de las personas que estaban junto a él lo querían de verdad. Por primera vez se sintió arrepentido de la vida que había llevado. Fue cuando el diablo se presentó a cobrar la deuda y el hombre, preso del pánico, intentó escapar.
Dicen que salió de su casa a todo galope en su caballo negro, iba vestido con su mejor traje de charro y cargando una bolsa con monedas de oro. El diablo se dio cuenta de su fuga y se apareció ante él. El hombre, para evitar las llamas del infierno, le ofreció otro trato: trabajaría para él. Desde entonces se convirtió en un espíritu errante que cabalga por senderos rurales ofreciendo a los viajeros solitarios un costal de dinero a cambio de su alma.
La leyenda del sacerdote y las monedas de oro
Sucedió durante la Guerra Cristera en México, cuando el gobierno federal prohibió a la Iglesia católica tener propiedades y celebrar cultos fuera de sus templos. En ese momento era delito que los curas fueran a las comunidades a oficiar misas. Sin embargo, algunos sacerdotes, preocupados por la salvación de sus feligreses, contradecían la ley y acudían a donde los llamaban para ofrecer sus servicios religiosos y para mantener viva la llama de la fe.
Ese fue el caso de un cura que viajaba por los pueblos de Jalisco o Guanajuato, oficiando misas de manera clandestina y recolectando limosnas para la reparación de su Iglesia. Se dice que llevaba con él muchas monedas de oro que le habían sido donadas por los hacendados de la zona. Entonces le avisaron que los federales se acercaban y lo estaban buscando. Como sabía que el dinero le podía ser arrebatado, lo enterró en un lugar que sólo él conocía.
Los soldados tenían órdenes de actuar con severidad para castigar a estos curas que contradecían las indicaciones del gobierno, así que cuando lo encontraron le pidieron el dinero de las limosnas, pero él se negó a darles la ubicación. El cura fue torturado, pero resistió la tortura sin hablar, así que lo fusilaron y enterraron su cuerpo para que no fuera encontrado y llevado al camposanto. Nunca nadie pudo dar con el dinero ni con el cuerpo.
Se dice que cada víspera del día de Todos los Santos, el alma del sacerdote se aparece y acompaña a los viajeros preguntándoles el camino al camposanto. En el trayecto, les cuenta dónde están las monedas de oro y les dice que son para reparar la iglesia. Antes de llegar desaparece. Se dice que quienes han intentado encontrar las monedas de oro enferman y mueren. Se cree que es una maldición para aquellos que actúan con avaricia y que sólo podrá desenterrar las monedas que esté dispuesto a cumplir la manda.
¿Te gustaron estas historias?, ¿conoces otras versiones de las mismas?, ¿te gustaría saber el origen de alguna de ellas? ¡Dímelo en los comentarios