Como en tantos otros países occidentales, en México el 8 de marzo se celebra el Día Internacional de la Mujer. Salvo que en este caso “celebrar” no es la palabra más adecuada. No podría serlo en una nación donde se calculan 10 feminicidios al día y la tasa de participación económica de las mujeres es de 44% en comparación con el 76% de los hombres.
Es por ello que recientemente esta fecha ha sido reivindicada por asociaciones civiles y mujeres de todos los rangos como un momento de protesta social organizada. No es inusual, entonces, que ese día las principales avenidas del país estén repletas de contingentes femeninos que marchan y se manifiestan afuera de las sedes del poder político: los palacios de gobierno, los tribunales de justicia y las cámaras legislativas.
El matiz político se explica porque la protesta subraya que hay grandes problemas de inequidad de género propiciados por las propias leyes e instituciones mexicanas. Desde la violencia doméstica y la brecha salarial, hasta la falta de acceso a educación y a leyes que no criminalicen el ejercicio de sus derechos reproductivos.
En algunos casos, las protestas han asimismo servido para difundir casos resueltos por la justicia mexicana, donde la resolución claramente violaba los derechos fundamentales de las mujeres víctimas, o favorecía abiertamente a los perpetradores. Tristemente infame, por ejemplo, fue el de cuatro hombres jóvenes conocidos como Los Porkys, acusados de una violación múltiple que recibieron penas mínimas por un juez que luego fue destituido de su cargo acusado de corrupción.
Es difícil imaginar que esa sanción al juez hubiera ocurrido sin la presión social ejercida por esas protestas.
9 de marzo, un día sin mujeres
Desde el pasado 8 de marzo de 2017, con los hashtags #NosotrasParamos y #NiUnaMenos, una gran cantidad de organizaciones feministas de más de 50 naciones convocaron a un paro internacional, como protesta contra las distintas formas de violencia que viven las mujeres.
Esa iniciativa tuvo una amplia respuesta en distintos países, donde las participantes se ausentaron de sus lugares de trabajo, culto y ocio, para simbólicamente recalcar que ningún país puede funcionar si el 50% de la población vive como si fuera invisible.
O dicho desde la perspectiva contraria, el objetivo era hacer visible el imprescindible rol que desempeñan las mujeres en todas las esferas de la existencia en sociedad. El trabajo remunerado propiamente dicho, sí, pero también su desempeño doméstico vinculado a la crianza de niños y el cuidado de ancianos o enfermos, entre otras tareas de atención.
Siguiendo esa línea, en 2020, 12 días antes de que iniciara en México el confinamiento por la pandemia del Covid-19, las organizaciones feministas del país programaron un paro nacional para el lunes 9 de marzo.
El hecho de que esto ocurriera justo un día después de que las mismas organizaciones ocuparon las calles con manifestaciones políticas, artísticas y civiles, fue más significativo que mil palabras. Se vio la punta del iceberg que hunde al barco de cualquier economía y cualquier balance vital si la sociedad se quedase de pronto sin la mitad de su ser.
Apropiación política del movimiento feminista
Quizá a raíz de la aceptación social que tuvieron esas protestas simbólicas, quizá buscando algunas migajas de esa aceptación, este 2024 la Cámara de Diputados declaró el 9 de marzo como “Día Nacional Sin Nosotras”, con el fin de visibilizar la importancia de las mujeres en la sociedad y su lucha contra la desigualdad, la violencia y la falta de oportunidades.
Es decir, dando un reconocimiento oficial a las exigencias de las manifestantes, aunque sin hacer mucho desde el punto de vista legislativo para satisfacer de hecho esas demandas.
Para todo propósito práctico, se trata tan sólo de un acto discursivo que, no obstante, puede tener cierta utilidad estadística. Pues el dictamen calcula que este tipo de protesta puede implicar la pérdida de un promedio de 25 mil 744 millones de pesos; si se añade el trabajo doméstico, estamos hablando de más de 37 mil millones de pesos.
Pero la comprensible realidad es que la mayoría (o la totalidad) de las asociaciones civiles o colectivos feministas rechazan activamente vincularse con algún partido político. Y también vale agregar que este año habrá elecciones presidenciales en México, por lo que más de uno ve con escepticismo los actos de buena fe de cualquiera que tenga un caballo en la carrera.
Mujer que sabe latín
Quizá no haya un libro más apto que Mujer que sabe latín (1973), de Rosario Castellanos, para delinear una historia del pensamiento feminista moderno en México. Poeta, narradora, ensayista y una lúcida conocedora del racismo y la discriminación con los indígenas de su natal Chiapas, su obra es el punto de partida para la literatura que reflexiona sobre la condición femenina en México.
Por eso no es exagerado ni falaz comparar su libro mencionado con El segundo sexo, de Simone de Beauvoir. De hecho, es una especie de diálogo con esa obra. Y al mismo tiempo, una lectura llena de preguntas para las escritoras que se atrevieron a brillar en la oscuridad: Virginia Woolf, Penélope Gilliat, santa Teresa, sor Juana, Susan Sontag, Violette Leduc y otras.
Un diálogo entre mujeres brillantes de todas las épocas. Un libro en el que la ironía y la inteligencia van tejiendo reflexiones que a veces parecen una novela o un poema.
Mujer que sabe latín [Fragmento]
A lo largo de la historia (la historia es el archivo de los hechos cumplidos por el hombre, y todo lo que queda fuera de él pertenece al reino de la conjetura, de la fábula, de la leyenda, de la mentira) la mujer ha sido, más que un fenómeno de la naturaleza, más que un componente de la sociedad, más que una criatura humana, un mito.
Rosario Castellanos
Simone de Beauvoir afirma que el mito implica siempre un sujeto que proyecta sus esperanzas y sus temores hacia el cielo de lo trascendente. En el caso que nos ocupa, el hombre convierte a lo femenino en un receptáculo de estados de ánimo contradictorios y lo coloca en un más allá en el que se nos muestra una figura, si bien variable en sus formas, monótona en su significado. Y el proceso mitificador, que es acumulativo, alcanza a cubrir sus invenciones de una densidad tan opaca, las aloja en niveles tan profundos de la conciencia y en estratos tan remotos del pasado, que impide la contemplación libre y directa del objeto, el conocimiento claro del ser al que ha sustituido y usurpado […].
[…] Supongamos, por ejemplo, que se exalta a la mujer por su belleza. No olvidemos, entonces, que la belleza es un ideal que compone y que impone el hombre y que, por extraña coincidencia, corresponde a una serie de requisitos que, al satisfacerse, convierten a la mujer que los encarna en una inválida, si es que no queremos exagerar declarando, de un modo mucho más aproximado a la verdad, que en una cosa.
Practica tu español
Cuéntanos en los comentarios cómo conmemoras el Día Internacional de la Mujer. ¿Cuales crees que sean los pendientes para lograr la equidad de género?