El Diccionario del Español de México, de El Colegio de México, define “charro” como un “jinete que exhibe sus destrezas en el manejo del lazo, en la doma de caballos y en otros ejercicios ecuestres ejecutados para manejar el ganado siguiendo las tradiciones campiranas mexicanas”.
Su traje típico es ampliamente conocido incluso fuera del país, pues es la vestimenta tradicional de los mariachis, quizá la más popular de las orquestas populares mexicanas; y es una de las figuras clásicas de todo el imaginario del México rural que tanto idealizaron las películas de la Época de Oro.
En un sentido práctico, su valor simbólico como parte de la identidad de una nación puede compararse con el cowboy de los estadounidenses o el gaucho de los argentinos: representa un ideal de fortaleza profundamente asociado con la defensa armada de la tierra; con la diferencia de que los cowboys sí tuvieron que luchar para conquistar el salvaje oeste y los gauchos hicieron lo propio para conquistar tanto el desierto como la independencia de Argentina; los charros, en cambio, si acaso luchan entre sí.
Un charro con un plan
Aunque los combates de la segunda guerra mundial nunca se extendieron hasta costas americanas, es indudable que el conflicto tuvo importantes consecuencias en este continente, sobre todo económicas y políticas, aunque también hubo efectos quizá más frívolos o anecdóticos, como la formación de un efímero ejército de charros para repeler una posible invasión de la Alemania nazi a México.
Ésta fue la idea de Antolín Jiménez Gamas –un exrevolucionario que peleó en las filas de Pancho Villa, y luego se inventó una exitosa carrera política como diputado, que le sirvió además para fundar una editorial de textos jurídicos, pero que en la década de 1940 ya había caído en desgracia en la vida pública nacional, y que quizá se imaginó que el ejército de charros le abriría la puerta de regreso a las grandes ligas; un soñador, quizá un poeta, seguramente un insensato.

Con el rimbombante nombre de Legión de Guerrilleros Mexicanos, una nómina de miembros robustamente nutrida por los agremiados de la Asociación Nacional de Charros (que Antolín Jiménez presidía) y un plan de trabajo que nadie se molestó en explicar ni entender, este olvidado ejército de charros podría describirse como la mezcla de los argumentos de Inglorious basterds (Quentin Tarantino, 2009) y una joya de la Época de Oro del cine mexicano: Gángsters contra charros (Juan Orol, 1948); un recordatorio de por qué André Breton dijo que México es el país más surrealista de todos, para bien o para mal.
Y aunque nadie los había convocado ni se sabía a ciencia cierta por qué era buena idea vestirse de charro para atacar un eventual contingente invasor alemán, apenas México declaró la guerra a la Alemania nazi, las notas principales de distintos periódicos anunciaban el alistamiento de hasta cien mil charros con entrenamiento militar, bajo el lema “Todo por la patria”.
La guerra y el charro
El 28 de mayo de 1942, después de que dos buques petroleros mexicanos fueran hundidos por submarinos nazis, luego de meses de tensión entre México y los gobiernos de Tokio, Roma y Berlín, que derivaron en que se les incautara las propiedades a muchos ciudadanos japoneses, italianos y alemanes residentes en nuestro país, el presidente Manuel Ávila Camacho declaró la guerra al Eje con la innecesariamente ominosa frase “México espera que cada uno de sus hijos cumpla con su deber”.
Antolín Jiménez aprovechó entonces su posición de presidente de la Asociación Nacional de Charros para convocar, mediante la prensa y carteles, a todas las agrupaciones charras del país y a la gente de a caballo a sumarse a la Legión de Guerrilleros Mexicanos y a organizarse en pequeños grupos en todo el territorio. El presidente aprobó su iniciativa y el ejército nacional les dio asesoría militar a los jinetes que asistían todos los domingos a su entrenamiento.
La primera mención en los medios sobre el ejército de charros se publicó el 28 de agosto de 1942, tres meses después de la declaración de guerra. A partir de entonces aparecieron numerosas notas sobre la invención de Antolín, desde reseñas de las barbacoas después del entrenamiento, hasta un atentado a balazos al secretario de la Legión, en agosto de 1943, del que se culpó a la poderosa Confederación de Trabajadores de México (CTM).
Se planeó presentar a la agrupación el 16 de septiembre de 1942, en el Zócalo de la capital del país, y que el presidente los abanderara, pero la CTM ya había apartado la plaza y los mil quinientos charros con sus caballos tuvieron que posponer la cita para el 1 de mayo del año siguiente en Paseo de la Reforma. Según la prensa, aquel día se reunieron más de mil charros armados a rendir su juramento, pero en la única foto de archivo disponible aparecen tan sólo 150, más dos mujeres y un niño.
Siguiendo el rastro
Si tratamos de escudriñar la verdad de este caso, los números que maneja la prensa son fantásticos: se habla de 250 agrupaciones repartidas por todo el país, con cien mil combatientes inscritos. No hay documentos o fotografías que comprueben estas cifras, pero sí muchas menciones en todos los periódicos. Sin embargo, en los archivos históricos del Ejército mexicano no hay registro de la Legión de Guerrilleros Mexicanos.
Quizá no todos sus integrantes se lo tomaban en serio, pero es indudable que algunos sí; por ejemplo, la Legión tuvo entre sus miembros al coronel veracruzano Enrique Rivera Bertrand, uno de los responsables de haber traído al revolucionario nicaragüense César Augusto Sandino a Veracruz en los años treinta.
El rastro se pierde cuando Antolín renunció a la presidencia de la Asociación Nacional de Charros por motivos políticos en 1946.
El Escuadrón 201
Aunque por obvias razones la Legión de Guerrilleros Mexicanos no participó en la segunda guerra mundial, México sí colaboró con los aliados y ratificó pactos políticos con Estados Unidos, al mandar un grupo de pilotos y mecánicos de la fuerza aérea –alrededor de 300 hombres de la Fuerza Aérea Expedicionaria Mexicana–, que con el nombre de Escuadrón 201 participó en la liberación de las Filipinas, debido a los lazos históricos y culturales existentes entre esta nación y la nuestra.

La unidad desembarcó en Manila el 1 de mayo de 1945 y quedó establecida en el fuerte Stotsenburg y en Porac, en el área del Campo Clark, realizando el adiestramiento avanzado de combate, en tierra y en vuelo. Sus operaciones se realizaron entre junio y agosto de 1945; la mayoría de las misiones fueron de apoyo a fuerzas de tierra a bordo de aviones Thunderbolt P-47 y se llevaron a cabo misiones de barrido aéreo, de interdicción y de escolta de convoy naval en el área del suroeste del Pacífico, así como algunas misiones de traslado de aeronaves en zona de combate.
En total, el Escuadrón 201 condujo 96 misiones de combate apoyando a las fuerzas terrestres
aliadas, participando activamente en los bombardeos de Luzón y Formosa, hoy Taiwán.