Rudolfo Anaya y la novela chicana más leída de todos los tiempos

Rudolfo Anaya nació en 1937, en Pastura, una pequeña comunidad en el centro de Nuevo México. Fue parte de la tercera generación de una familia de mexicanos en Estados Unidos. Vivió su infancia y adolescencia en pueblos pequeños, habitados mayoritariamente por gente de ascendencia mexicana. También escribió la novela chicana más leída de todos los tiempos. En Caracol Spanish te invitamos a conocerla.

La novela, publicada en 1972, después de casi nueve años de trabajo, se llama Bendíceme, Última [Bless Me, Ultima]. Cuenta con más de veintiún ediciones en su idioma original. Ha sido traducida a una decena de lenguas y adaptada tanto al cine como a la ópera. Hoy es parte esencial del programa de lecturas escolares, pero en algún momento estuvo prohibida en las escuelas de Arizona. Esto ocurrió tras una campaña de conservadores que consideraban que promovía la sublevación contra el gobierno federal.

La historia abrió la puerta a una realidad fantástica cotidiana en la novela chicana. Una fusión entre las mitologías modernas del american way of life y las creencias sobrenaturales del ámbito rural mexicano. Rudolfo Anaya diría que los narradores orales hispanohablantes de su juventud y el medio dónde creció influyeron en su escritura.

Dos idiomas, una realidad

Bendíceme, Última, de Rudolfo Anaya

Bendíceme, Última es una historia semiautobiográfica. La historia ocurre en los años de la segunda guerra mundial. Está ambientada en uno de esos pequeños pueblos novomexicanos donde el autor vivió su infancia. Un pueblo donde preservaban las costumbres de la patria vieja, sus creencias y modos de vida tradicionales. La trama se centra en un niño que explora los laberintos de la naturaleza, la moral y la espiritualidad. Este proceso es guiado por la curandera Última mediante una visión que combina los sueños y la magia.

Esta novela chicana fue elogiada por su evocación lírica del paisaje de Nuevo México. También por su alternancia entre el uso de inglés y español. El autor hace un retrato sin concesiones ni idealismo de la identidad binacional en el sur estadounidense. La obra reproduce muchos de los temas cercanos a la literatura mexicana. Están presentes el curanderismo y la violencia rural, pero en un contexto donde no se diluye el lado social norteamericano. Están los hijos que se van enlistados a combatir en la guerra y las culturas en agonía.

Naturalmente, el núcleo de la historia es mucho más que eso. Mediante una cuidadosa estructura de misterio, de concentración expresiva para la ironía y la malicia, hay una reflexión dolorosa sobre las costumbres, las creencias y los sueños de los hispanos en Estados Unidos.

Rudolfo Anaya y la elección de una lengua

Rudolfo Anaya, el autor de la novela chicana más leída de la historia

Anaya tuvo seis hermanos y fue el único hijo varón en asistir a la escuela primaria. Se educó en escuelas públicas de Santa Rosa y Albuquerque. Se inscribió en la Universidad de Nuevo México, para estudiar literatura inglesa. Según el autor, su inclinación por la escritura se manifestó desde su infancia. Sin embargo, empezó a hacerlo seriamente mientras estudiaba en la universidad.

La academia descubrió para él a los románticos ingleses y la literatura norteamericana: Whitman, los imaginistas, la generación perdida. Después vinieron como avalancha los clásicos: Shakespeare, Milton, Pope. Esto determinó la lengua literaria que elegiría: el inglés. En su casa siempre se habló español, pero el inglés fue el vehículo de su formación intelectual y literaria.

Constituyeron sus inicios literarios unos cuantos textos poéticos, pero “carecía del don”, como él mismo dijo. Continuó como prosista, principalmente con novelas. En ellas hallaron cabida las voces ancestrales y populares que resonaban en el hogar de su memoria. No es exagerado decir que cada una de estas obras marca innovaciones dentro de la trayectoria literaria de Anaya y, por supuesto, dentro de la novela chicana en general.

La polémica en la novela chicana

Esa actitud de constante hallazgo e innovación que Anaya sostuvo frente a la escritura hizo de él un revolucionario en la historia de la literatura chicana. Sin embargo, la primera edición de Bless Me, Ultima causó conmoción y polémica. Su universo literario esperaba una novela basada en un realismo que reivindicara la condición social del chicano. Es decir, se esperaba una obra comprometida con las denuncias y preocupaciones del movimiento nacido en la década de 1970. Un movimiento que abogaba por por los derechos civiles, el empoderamiento social y político de los mexicoamericanos y reafirmaba su cultura mestiza.

Ante estas expectativas Bless Me, Ultima surgió como un reto a la obligada tradición de la literatura chicana, pues se trata de una obra en inglés cuando el movimiento pugnaba por la recuperación del español como lengua literaria, con una trama aparentemente huérfana de compromiso, que no presenta la problemática chicana (enajenación, explotación, discriminación) como contexto ni como motivo, pretexto o tema central.

Además, el relato está basado en algo que muchos críticos literarios chicanos detestan, porque suponen que proporciona al norteamericano, al “gringo”, una visión bucólica, idealizada y pasiva del chicano, mediante la presentación aparentemente sencilla, que hace Anaya de la vida, las creencias, los valores de un pequeño pueblo chicano.

La urgencia de una renovación de la condición social del chicano hizo caer a los críticos en la idea de que Anaya dio al “gringo” la visión de una cultura exótica, escapista o folclórica, cuando el autor en realidad rescataba algo inexplorado para la literatura chicana: los valores de la tierra, los valores familiares, el valor de la sabiduría popular y de la magia de estos pueblos.

El legado de Rudolfo Anaya en la novela chicana

En 2015, Rudolfo Anaya recibió la Medalla Nacional de las Humanidades de manos del entonces presidente Barack Obama, quien dijo de él que en sus novelas reveló verdades universales sobre la condición humana, extendiendo el “amor por la literatura a nuevas generaciones”.

Ese mismo año la National Portrait Gallery lo invitó a colaborar en la creación de un retrato encargado por el museo para representar su legado. Él contestó: “¿Mi retrato en la National Portrait Gallery? ¿Qué diría mi abuelo, ese hombre bueno que aró la tierra en el valle de Puerto de Luna? ¿Qué dirían mis ancestros? Es un honor demasiado grande, pero lo haré por ellos”.

Gaspar Enríquez, viejo amigo de Anaya y otro pilar del movimiento chicano en las artes visuales, creó la obra, primer retrato de un latino encargado por el museo.

En junio de 2020, a los 82 años, Rudolfo Anaya afrontó la muerte corporal. La entonces gobernadora de Nuevo México, Michelle Lujan Grisham, lo calificó como uno de los más grandes artistas del estado y una figura trascendental en la literatura, y añadió: “A través de sus historias indelebles, quizá mejor que cualquier otro autor, capturó realmente lo que significa ser un novomexicano, lo que significa nacer aquí, crecer aquí y vivir aquí”.

Bendíceme, Última [Fragmento]

Última vino a pasar el verano con nosotros cuando yo estaba por cumplir los siete años. Cuando llegó, la belleza del llano se extendía ante mis ojos, y el murmullo de las aguas del río era como un canto que acompañaba el zumbido de la tierra al girar. El tiempo mágico de la niñez se detuvo, y el pulso de la tierra imprimió su misterio en mi sangre viva. Última me tomó de la mano y los callados poderes que poseía le dieron una increíble belleza al llano raso bañado por el sol, al verde valle junto al río y a la cuenca azul, hogar del blanco sol. Mis pies descalzos sentían palpitar la tierra, y mi cuerpo temblaba de agitación. El tiempo se detuvo, compartió conmigo todo lo que había sucedido y lo que estaba por suceder….

Permítanme empezar por el principio. No me refiero al principio que estaba en los sueños, ni a las historias que murmuraban sobre mi nacimiento, ni a la gente en torno de mi padre y de mi madre, ni a mis tres hermanos; hablo del principio que llegó con Última…

En el desván de nuestra casa había dos habitaciones pequeñas. Mis hermanas, Débora y Teresa, dormían en una y yo en el cubículo junto a la puerta. Los escalones de madera rechinaban cuando uno bajaba al pasillo que conducía a la cocina. Desde la parte alta de la escalera observaba claramente el corazón de nuestro hogar: la cocina de mi madre. Desde allí contemplaría la cara aterrada de Chávez el día que nos trajo la terrible noticia del asesinato del alguacil; vería cómo se rebelaban mis hermanos en contra de papá; y muchas veces, ya entrada la noche, vería a Última regresar del llano donde iba a recoger las hierbas que solamente pueden recortar las cuidadosas manos de una curandera a la luz de la luna llena.

La noche anterior a la llegada de Última me acosté en la cama muy quietecito y oí a mis padres hablar de ella.

–Está sola –dijo él–. Ya no queda gente en el pueblito de Las Pasturas.

Rudolfo Anaya

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