Hay una página del escritor mexicano Salvador Elizondo que dice que “nadie se disfraza de algo peor que sí mismo”, una idea interesante para pensar en las fiestas de Halloween y los monstruos que hemos imaginado colectivamente, así como la identidad que les damos, pues la pregunta de por qué nos disfrazamos de vampiros casi implica la pregunta de por qué aceptamos como un hecho inequívoco que esos seres mitológicos son o deben ser ciudadanos de Transilvania, aunque sepamos que, con leves variantes en sus caracteres, rondan las leyendas populares desde la antigua Mesopotamia.
Cómo nace un monstruo nacional
¿Es sólo coincidencia cultural que los indígenas norteamericanos hayan imaginado al Sasquatch con rasgos que los escandinavos imaginaron en el Troll? ¿Qué fibras del ser mueve el vudú haitiano para que a todos nos parezcan tan normales los zombis en el cine y la televisión? O en el caso de México, ¿por qué la fascinación de ese pueblo por un monstruo casi paródico: el Chupacabras?, ¿por qué en la década de 1990 todos los noticieros y periódicos le dedicaron atención y aparente seriedad a los rumores sobre sobre un ser que chupaba la sangre de los animales, sobre todo de las cabras y a veces de seres humanos, causándoles la muerte?
Una parte de la respuesta es evidente: la tendencia natural al morbo y al amarillismo de ciertos medios de comunicación, que muchas veces es aprobada o fomentada por los gobiernos que así logran sacar de los espectros de radio y televisión otras noticias menos fantásticas, pero más inquietantes; dos condiciones que en el México de mediados de los noventa a la perfección se cumplían: la paupérrima ética profesional de los noticiarios de las dos únicas cadenas de televisión (ambas producto de una concesión del Estado) y la inestabilidad social y política producto de una durísima devaluación económica y del asesinato de un candidato a la presidencia en 1994.
De Borinquen para el mundo
Antes del reggaeton y de Ricky Martin, en el principio fueron Puerto Rico y las profundidades de su exuberante sierra central; allí nació el mito de un perro diabólico chupador de sangre, al que se ha culpado durante mucho tiempo de la muerte de ganado y animales domésticos.
En gran parte gracias al folclor de los antiguos taínos que poblaron la isla, los puertorriqueños afirman que ciertas criaturas vampíricas y necrófagas han rondado sus hogares desde mucho antes de que Puerto Rico fuera identificado como el lugar de nacimiento internacional del Chupacabras; los taínos, por ejemplo, creen en los hupia, o espíritus de los muertos, seres que pueden adoptar la forma de búhos, murciélagos y humanos que sólo salen por la noche.
Así, en muchos lugares se recuerda que en 1975, cerca del municipio de Moca (en la región noroeste de la isla, a más de 130 km de San Juan), se difundió la noticia de que un humanoide chupasangre, parecido a un murciélago, habría matado al ganado; era descrito como un ser alado que andaba en dos patas y tenía ciertos rasgos típicos de los demonios. Se trata del antecedente directo del Chupacabras, cuya leyenda pasó de Puerto Rico hasta llegar a supuestos avistamientos en lugares tan lejanos a la isla, como Maine y Chile, e incluso fuera del continente americano, como Rusia y Filipinas.
¿Dos o cuatro patas? El makeover de un monstruo
Las descripciones físicas de la criatura varían, pero comúnmente se recurre a compararlo con un perro grande o un oso pequeño, con una hilera de espinas abarcando desde el cuello hasta la base de la cola; aunque en un inicio, por la simultánea proliferación de avistamientos de objetos en el cielo que trajo consigo la popularización de las videocámaras caseras, era muy frecuente que se le representara con el cráneo ovoide y los ojos desproporcionados que se atribuyen a los extraterrestres.
Así, Loren Coleman, director del Museo Internacional de Criptozoología de Portland (Maine, Estados Unidos), recuerda que los más de 200 avistamientos declarados en 1995 en Puerto Rico describían criaturas que no tenían características caninas.
“En 1995 se creía que los Chupacabras eran criaturas bípedas que medían aproximadamente un metro de alto y tenían pelo gris, con pinchos en la espalda. Sin embargo, la descripción del monstruo comenzó a cambiar a finales de los 90 debido a errores de traducción en los informes”.
Hacia el año 2000 el Chupacabras original ya había sido sustituido por la figura canina: las criaturas bípedas ahora atacan al ganado sobre sus cuatro patas. “Ahora, con los medios describiéndolos como perros o coyotes sarnosos, ya no se oyen historias como las del principio en Puerto Rico o Brasil. Este tipo de denuncias ha desaparecido y la versión canina se ha multiplicado”, señala Colman, quien tampoco descarta la teoría de que las criaturas vistas en Puerto Rico fuesen en realidad monos rhesus, que suelen incorporarse usando sus patas traseras.
“Estos monos estaban siendo objeto de experimentos en Puerto Rico en ese momento, por lo que podría tratarse de un grupo que hubiera huido. Podría tratarse de algo tan sencillo como esto, o también de algo mucho más interesante, pues en la actualidad se siguen descubriendo nuevas especies de animales”.
Una historia de sangre
La explicación de la muerte del ganado también admite una explicación sin demasiado misterio, pues no es raro que los perros o los coyotes muerdan en el cuello cuando atacan a otros animales, y éstos luego mueran de hemorragia interna sin exhibir otras heridas más allá de las perforaciones en el cuello.
Para Bill Schutt, del Museo de Historia Natural en Nueva York, gracias a la leyenda de Drácula, las marcas en el cuello suelen ser asociadas a lo oculto y demoniaco, aunque es bien sabido entre los zoólogos que los animales que se alimentan de la sangre de otros, no actúan de esta manera.
“Las especies que succionan sangre la obtienen de la superficie de la piel de sus víctimas, no la buscan en la vena yugular”, especifica Benjamin Radford, del Comité para la Investigación Escéptica, de Estados Unidos, quien durante años buscó evidencias en la zona donde supuestamente había atacado el Chupacabras.
La conclusión: si se comparan las características de animales como los murciélagos con las del Chupacabras, es difícil encontrar alguna similitud; éstos son pequeños y sigilosos, con dientes especiales para succionar y un sistema digestivo que les permite extraer nutrientes de la sangre, mientras una criatura del tamaño de un perro “se moriría de hambre rápidamente si se alimenta de sangre”, debido a la falta de componentes esenciales como la grasa.
Sin embargo, el aspecto de las victimas puede llegar a confundir. Al respecto, Radford explica que “cuando el animal muere, el corazón deja de latir y no hay presión sanguínea. La sangre se filtra hacia la parte más baja del cuerpo, donde se coagula y se espesa. Es lo que se conoce como lividez, y da la impresión de que al cuerpo le han extraído toda la sangre”.
Las risas no faltaron
Entonces, si toda la mitología que rodea al Chupacabras se derrumba ante las pruebas científicas, ¿por qué su historia se mantiene vigente?
El tono paródico o satírico del humor mexicano es una característica notoria de la lengua que se habla en nuestro país –no una variante léxica, sino semántica que, por ejemplo, se puede apreciar en cómo el pueblo bautiza a sus monstruos, héroes y celebridades: la Llorona; el Chupacabras; Chucho, el Roto; o el Negrito Poeta; a un lado del horror, lo ridículo: los extremos se tocan.
Teniendo esto en cuenta, es posible que un análisis de las versiones orales distintas acerca del Chupacabras refleje, ante todo, dos contextos culturales opuestos en la sociedad mexicana: un sector social rural o semiurbano que le confiere gran verosimilitud a variados rumores sobre lo paranormal, y un sector urbano que casi no le atribuye ninguna credibilidad y, sobre todo, se regodea en prejuicios negativos sobre la vida campesina.
Quizá allí esté una parte de la explicación de la popularidad del mito: una noticia alarmante y un nombre bufonesco, juntos, convertidos en un fenómeno mediático al cual los locutores de radio y televisión dedicaban absurdas transmisiones diarias, que para el México rural confirmaba ciertas intuiciones fantásticas (por la aparente seriedad con que fue tratado el tema), y para el México urbano significó días, semanas y meses de humor involuntario en periódicos y noticieros, en que la prensa actuaba como una parodia de sí misma.